domingo, 24 de marzo de 2013

'El Lunes quieres cambiarlos a todos, el Miercoles crees que se pueden salvar dos o tres, el Viernes piensas que puedes recuperar a cinco o seis y el Domingo juegan los mismos once 'cabrones' de siempre'  (Salvador Bilardo)



Quedan nueve finales, nueve puertas que pueden conducir al Nàstic a la senda del 'play-off''. Ahora es cuando hace falta que esté el corazon caliente, pero la cabeza muy fría. Mente fría para no despertar del sueño. Por eso hoy voy a contarles un cuento que tiene que ver con las emociones incontroladas.
 
'Carlos tenía 34 años, trabajaba como mecánico en un taller que estaba a una manzana del pequeño y viejo campo de futbol de su pueblo, perdido en la Pampa argentina, además era el capitán y portero del equipo. Por fín llegaría el partido de su vida. El domingo a las cinco de la tarde jugarian contra el conjunto de una población cercana para dilucidar el Campeón de la Zona Interior y ascender a la tercera División Nacional.  Toda una proez para una población de poco más de dos mil habitantes.
 
Carlos cada día al salir del trabajo y concluir el entreno, con las rodillas magulladas llegaba a su humilde casa donde su mujer le había preparado la cena y soñaba con convertirse en el héroe del partido y retirarse como un ídolo admirado por todos sus vecinos, ya que en el fondo reconocía que la vida le trató mal.
 
Llegó la tarde del partido y las gradas estaban repletas, dos o tres milespectadores, incluso llegados de pueblos vecinos, mucho para la competición doméstica que jugaban. Un triunfo les regalava el ascenso, el empate no servía. Carlos como veterano capitán eligió campo en el sorteo para evitar el deslumbramiento por el sol. El partido era trabado, bronco y con muchas imprecisiones. Al descanso se llegó son goles entre el nerviosismo de la parroquia local.

Nada más comenzar la segunda parte el delantero Matías lograba marcar. Carlos salió raudo de su porteria para añadirse a la piña de jugadores para celebrar el gol que les acercaba al ascenso. El partido seguía sin atisbos de calidad, y cuando todos los espectadores pedían la hora, el defensa local Gaby derribó con claridad al extremo visitante y el árbitro cobró penal. Era el minuto 90 de partido.
 
Carlos estaba ante el sueño que rememoraba cada noche. En sus guantes estaba el futuro de su equipo. Con serenidad se ajustó la gorra, buscó el punto medio de la raya de gol, agachó un poco el cuerpo se balanceó a derecha e iaquierda mientras mirava fijamente los ojos del delantero que procuró esquivar la mirada. La zurda del rival buscó la base del palo izquierdo de Carlos, pero éste adivinando la acción atrapó el cuero, mientras toda la grada enardecía coreaando su nombre y se encendía en aplausos. En aquel instante, Carlos, el mecánico de 34 años, preso de una enorme exitación y embriagado con la parada, con el balón fuertemente atenazado, quiso secarse el sudor  de la angustia que recorría su cara y cogió la toalla que colgaba del lateral de la red...atravesando la linea de gol sin soltar el balón ante la perplejidad de todo el mundo. El colegiado desconcertado tardó unos segundos para indicar el centro del campoconcediendo el tanto marcado por el portero en propia meta.
 
Moraleja (que no es sólo una urbanización de lujo madrileña)  el corazón caliente, pero más importante la cabeza fría. Nos vemos en Reus.

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