jueves, 14 de julio de 2016

Ryan Giggs 939 partidos en el mismo club...


      El fútbol se está deshumanizando. El fútbol ha cambiado romanticismo por mercantilismo. El fútbol ha perdido su esencia. El fútbol ha transformado su epígrafe social por el de empresa. El fútbol es una inmensa franquicia al amparo de la globlalización. El fútbol está sumergido en la vorágine de las televisiones y los intereses financieros.

      Casos como los del galés Ryan Giggs (939 partidos con el Manchester), Francesco Totti (650 partidos con la Roma), Raúl (550 con el R.Madrid), Carles Puyol (475 con el Barça) o Iker Casillas (510 con el Madrid), serán a partir de ahora muy difíciles de reeditarse. Viene esta reflexión por la marcha de Marcos y Xisco Campos del Nàstic. Los clubes dejan marchar referentes porque el fútbol se ha robotizado, la moda es variar continuamente las plantillas para renovar las caras y que el público disponga de nuevos jugadores para empatizar.

      Tal vorágine de cambios trae consigo desconcertar a los jóvenes aficionados que ven como sus ídolos cambian de camiseta con suma facilidad. El fútbol moderno exige el carrusel de fichajes con mercados que abren en julio y diciembre porque la variación de las plantillas ayuda a mantener viva la llama del fútbol. Ahora la temporada dura todo el año; acabó la Eurocopa y acto seguido se jugó la primera previa de la Champions y la Europa Ligue. Cabe la posibilidad de que el aficionado con tanto fútbol acaba empachándose y la burbuja del balón estalle en las narices de los clubes.

     Dudo que en el Nàstic podamos ver en los próximos años algún jugador que supere la barrera de los 200 partidos. El fútbol del siglo XXI no sabe ni de sentimientos, ni de apego a unos colores, ni de corazón. Los clubes se han convertido en escaparate y los futbolistas en mercancía de intercambio. Tal vez sea lo que toca y los románticos del fútbol somos rara avis anclados en el vintage en los tiempos en que el escudo prevalecía por encima de la peseta (el euro aún no existía).

     Me temo que las jóvenes generaciones de aficionados no entiendan esta reflexión y piensen que es una batallita de abuelo. Añoro el fútbol de jugadores con botas negras, con equipos luciendo sus colores de toda la vida, futbolistas con bigote y melenas y sobre todo aquella pasión desatada que nos hacía más llevadera una existencia en blanco y negro.
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