miércoles, 23 de diciembre de 2020

 



Monumento que recuerda el partido futbol de la Nochebuena de 1914 en Waterton

Alguien afirmó que no hay nada más triste  en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser niño. El 25 de diciembre es un día que se pinta del color de las emociones más profundas y en el que los villancicos componen su banda sonora. A mi la canción navideña que más me emociona es Noche de paz, con más de doscientos años de vida, sin embargo es Blanca Navidad, un villancico escrito en 1921 que en la voz de Bing Crosby se ha convertido en el más popular de la historia; claro que este año con el COVID19 revoloteando sobre nuestras cabezas tal vez deberíamos pintar la Navidad de negro. Ay¡ el espíritu navideño ojalá pudiéramos introducirlo en doce jarros y abrir uno cada mes. 

Hoy voy a contarles un cuento; una pequeña historia muy sencilla que el tiempo se ha encargo de alimentar  y convertir en una emotiva leyenda. Es una simbiosis entre lirismo y patetismo; honor y horror; sumisión y rebelión. Un relato que ayuda a comprender el alma, la esencia de la Navidad. Un gesto emocionante, conmovedor cuando unos soldados contendientes de los dos bandos cambiaron sus fusiles por un balón de futbol.

Situémonos en los inicios de la I Guerra Mundial que duró poco más de cuatro años (1914-1918) en la que combatieron los Imperios Austrohúngaro y Alemán contra los países aliados encabezados por Francia e Inglaterra. Una contienda que se saldó con 17 millones de muertos y más de 20 millones de heridos. 

El 24 de diciembre de 1914, justo cinco meses después de iniciado el conflicto en la zona de nadie, en Wartenton (Bélgica), en un día lluvioso, con niebla y frio desde las trincheras germanas los soldados  comenzaron a cantar villancicos en alemán y los ingleses al poco les siguieron. La canción más repetida fue Noche de Paz (Stille Natch, en alemán; Silent Nigth, en inglés). 

Los propios soldados iniciaron de motu propio la llamada Tregua de la Navidad, intercambiaron cigarrillos y algunos dulces. A primera hora de la tarde decidieron jugar un partido de futbol. Marcaron las líneas del campo con los cascos de sus uniformes y colocaron cuatro postes para delimitar las porterías. Antes tuvieron que retirar los cadáveres de sus compañeros muertos esparcidos por un terreno lleno de barro y darles sepultura.

Formaban en ambos equipos algunos soldados que practicaban el futbol en clubs importantes tanto del Reino Unido como de Alemania. El partido, según cuentan las crónicas duró noventa minutos hubo un gran fair play y fue ganado por los alemanes por 3-2. Aquellos militares que  unas horas se estaban matando desde sus respectivas trincheras separados por menos de quinientos metros, dejaron los fusiles para buscar un resquicio de humanidad y competir noblemente en un encuentro de futbol que por unas horas unió a ambos combatientes. Los disparos de bala fueron sustituidos por los disparos con el balón.

Muchos soldados alemanes e ingleses al día siguiente quisieron marchar de una guerra sin sentido, huir de la muerte anunciada, renunciar a una violencia impuesta, pero los oficiales les obligaron a seguir matando a quienes por unos momentos habían sido sus compañeros de juego. La Navidad obró el milagro que solamente duró veinticuatro horas.

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