miércoles, 26 de noviembre de 2014


Victoriano Sánchez Arminio, el cántabro es el capo de los 'pitos' españoles.

        Tal vez haya llegado el momento de reflexionar sobre el colectivo arbitral. De siempre he sido muy respetuoso con los colegiados, pueden tirar de hemeroteca si gustan; he intentado entenderlos aunque resulte difícil, es más fácil escuchar a Ana Mato en rueda de prensa. Los trencillas (llamados así por lucir una prenda blanca en sus chaquetas allá por los años cincuenta) forman una casta, una secta, un gremio, tan cerrado como los masones o los iluminati. Son los únicos protagonistas deportivos a los que se conoce por sus dos apellidos (como si se les fuera a llenar una ficha policial o fueran a contraer matrimonio) y eso sucede desde que un árbitro apellidado Franco a mitad de los sesenta llegó a Primera División y para evitar mofas con el enano dictador, una mente brillante de sus sumisos colaboradores decidió que a partir de entonces a los árbitros se les nombraría por sus dos apellidos: Franco Martínez, Acebal Pezón, Carreira Abad, Soriano Aladrén...

       El hermetismo de los árbitros es ancestral; vejados, humillados y vilipendiados en los campos desde que el fútbol se convirtió en una competición, han realizado un ejercicio de introspección buscando aislarse del entorno blindándose dentro de su colectivo, arropados por su Dios Padre Sánchez Arminio, acompañado a su diestra por Diaz Vega y al otro lado por  Medina Cantalejo. Ellos son los que mueven los hilos del arbitraje en España, ellos manejan las designaciones (con que criterio designan?), ellos perdonan errores (cuando no perjudiquen a según quien), ellos no toleran que se les juzguen (para algunos su infalibilidad se asemeja a la del Papa), ellos presumen de su rol de víctimas (pero con el poder de un silbato en los labios), ellos pueden ejecutar a un equipo en un partido (sin juicio previo, a pesar de que proclamen jueces), ellos disponen del poder amparados en la complicidad de la Federación (que está formada por todos los clubes, terrible paradoja).  

     En comparación con el fútbol de hace cincuenta o cuarenta años hemos avanzado, faltaría más: ya todos saben escribir (en la temporada 62/63 en Tercera había dos colegiados a quienes uno de sus asistentes tenia que escribirle el acta); ahora todos tienen pinta de deportistas (los árbitros toneletes de 90 quilos o los que rozaban la jubilación, ya no existen); y todos tienen actitudes civilizadas en el terreno de juego (el colegiado provocador, arrogante y masoquista también está fuera de circulación). 

      Les voy a contar dos casos vividos en primera persona de actitudes arbitrales bochornosas e inverosímiles. El 11 de enero de 1987, el colegiado Buxés Ponsa en el partido Nàstic-Júpiter (3-3) hizo un arbitraje bochornoso, surrealista y petulante que acabó con intento de agresión. En mi artículo en el Diari del lunes decía textualmente: 'las vallas en los campos de fútbol suelen proteger a los árbitros incompetentes y cobardes', me denunció, hubo juicio y lo gané. El 24 de enero de 1988 (justo un año después) el colegiado Burrueco Moreno pitó el Nástic-Girona (2-2), realizó un arbitraje de Míster Bean, hizo repetir el saque inicial tres veces, a los 15 minutos amarilla para Domínguez por pérdida de tiempo; segundo tiempo anuló un gol al Nàstic cuando los futbolistas estaban ya en el centro del campo. Al final una leve agresión al colegiado provocó un partido de cierre.

      ¿Y ahora qué?. Tomen nota de los datos de las primeras 14 jornadas de Liga: 4 expulsiones, 2 penaltis en contra (ambos más que dudosos), 0 a favor y 3 posibles penaltis a favor no señalados (frente al Cornellá, en el campo del Espanyol y frente al Zaragoza B). Existe una confabulación (quien sabe si urdida por el petit Nicolás) en contra del Gimnàstic?, categóricamente, NO; ocurre que quienes designan a los colegiados le han endosado a los granas los de perfil más bajo y sin proyecciones de ascenso, los más tontos de la clase. 

      Pero para entenderlo mucho mejor les dejó esta perla. En los ochenta quien designaba los árbitros se llamaba Vicente Acebedo que trabajaba en el sector de los Seguros, en una comida en Tarragona coincidimos y me comentó que los árbitros los dividían en gavilanes y palomas, los primeros eran tipos inquietos, que querían ascender y tenían perfil anticasero, los segundos eran árbitros acomodados, sin aspiraciones, ideales para pitar en casa, el señor Acebedo me comentó, 'yo si quisiera, solamente acertando en las designaciones para cada jornada podría hacer que un equipo al cabo de la Liga tuviera siete u ocho puntos de más, sin hablar con los colegiados, evidentemente'  (entonces las victorias valían dos puntas).  Pues ya lo saben...los Reyes Magos, son los padres.
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