miércoles, 30 de septiembre de 2015

Con Brasil 1970 descubrí que el fútbol podía ser una obra de arte.
  
   El talento gana partidos pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan campeonatos, decía Michael Jordan y en el fútbol actual la frase se convierte en axioma. Pero el paradigma más llano y popular lo inmortalizó Boskov con la metáfora: fútbol es fútbol.  La evolución que ha sufrido el deporte rey ha sido espectacular analizado desde la perspectiva de los años. Para el recuerdo han quedado aquellos estilos tan definidos como aquella selección de Hungria con Kubala, Czibor, Kocsis o Szusza; el Brasil con Pelé, Garrincha, Gerson o Rivelino. Holanda, la naranja mecánica, con Johan Cruiff, Neskeenns, Rep o Van de Kerhkof. La Argentina de Kempes, Valdano, Pasarella, Berttoni o Fillol. O la exquisita Francia del Mundial de España con Platini, Tigana, Girese o Rocheteaux, un lujo verles jugar. Y naturalmente la España de Casillas, Xavi, Iniesta, Ramos o Villa.

   La característica de estos equipos fue el trabajo en equipo, colocar las individualidades al servicio del colectivo. No lo duden, el fútbol ha evolucionado (hoy se disputan quince minutos más de juego real en cada partido que hace veinte años). Los equipos ahora necesitan disponer de sus señas de identidad, de un sello que les caracterice cuando se juega en las Ligas profesionales; tener personalidad. Ahora se exprime más el perfil físico de los jugadores pero sin desvirtuar sus rasgos técnicos (hoy se marca un 25% más de goles de estrategia que hace veinte años). El fútbol del siglo XXI es más permisible, se accede más el contacto (hoy se señalan un 15% menos de faltas en un partido que hace veinte años). Además es un fútbol más globalizado (hay equipos con hasta doce nacionalidades en sus plantillas) y más rotativo (hoy se puede jugar una Liga utilizando 30 futbolistas, hace 15 años con 21 se hacía un campeonato).

  El Nàstic ha entrado en la dinámica de manejarse como una sociedad sobre el terreno de juego, con la llegada de Moreno el equipo ha abrazado un sistema que solamente se retoca mínimamente en función del rival. El equipo ha memorizado los mecanismos tácticos, ha aprendido equilibrar las basculaciones, ha sabido sufrir con la presión comenzando por el jugador más en punta. El Nàstic gusta de jugar el balón desde atrás, por eso cuenta con centrales de toque, es proclive a abrir el campo por las bandas y dispone de laterales versátiles, es un obsesivo de la fabricación de fútbol en la zona ancha, ahí tiene jugadores con cerebro capaces de retener el balón, oxigenar el juego y sobre todo maniatar la creatividad del rival, reincide en percutir por las bandas con jugadores de fácil regate, recurre a un media punta con talante matador y arriba un nueve que sea capaz de tocar, abrir espacios y buscar el remate.

  Esta filosofía para Moreno es innegociable, se podrá estar más o menos afortunado, pero el espíritu de o jogo bonito permanece inalterable a pesar del cambio de categoría. En 1982, Xabier Azkargorta, buen entrenador y mejor amigo, me enseñó algo que hasta entonces desconocía, observar al equipo cuando no tiene la posesión del balón, decía el guipuzcoano 'es más importante saber jugar sin balón que con él', y esa es otra virtud menos visible de este Nàstic. 
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