sábado, 25 de junio de 2016

Los viejos roqueros nunca mueren.

    La historia de los clubes de fútbol se asemeja a una puerta giratoria (por cierto Lluis Foix tituló así una magnífica crónica de su vida de periodista), jugadores que salen para que otros puedan entrar. Algunos marchan con la mochila vacía, otros la cuelgan sobre sus espaldas rebosante de cariño y admiración. Es el caso de Marcos Jiménez de la Espada Martín.

    El de Pollença llegó en el verano del 2012, al principio le costó adaptarse al equipo, muchos kilómetros en un partido pero poco contacto con el balón. Parecía torpe, lento y desubicado pero le puso voluntad y esfuerzo, comprendió su papel en el equipo y fue sumando goles. Ahora se marcha (más preciso, le invitan a irse) con un bagaje de 136 partidos de Liga, 11 de Copa y un registro de 47 goles.  Una hoja de servicios que le sitúa entre los grandes delanteros de la historia del Gimnàstic.

   Marcos ha sido un futbolista diferente, amante del surf (una manera distinta de entender la vida) recaló en el Nàstic en busca de la ola perfecta sobre el Nou Estadi y pienso que bastantes partidos lo logró. Su aspecto y su inseparable Wolswagen Transporter (coche icónico delos años sesenta) más le asociaban con un participante en el festival Woodstock de 1969 que con un jugador de fútbol. Marcos en el campo se transformaba se convertía en un Robinson Crusoe en la isla del área rival. Su manual de supervivencia era peinar balones para sus compañeros, parar el esférico con el pecho bajarlo al pasto (como Distéfano llamaba al césped) y jugarlo de espaldas de maravilla (le podríamos llamar Marcos Jiménez de la Espalda). 

   La afición lo aclamaba y reclamaba cuando hacía falta para que abriera el partido con goles inverosímiles que combinaba con errores en situaciones claramente favorables. Sobrevivió tres temporadas en el infierno de la Segunda B;  le vimos llorar dos veces en Llagostera de rabia e impotencia y frente al Huesca de gozo y alegría con el ascenso al que contribuyó con un gol de vaselina para enmarcar. 

   En su debut en Segunda División con treinta años asumió un papel secundario con dignidad, discreción y profesionalidad. Tal vez Vicente Moreno debió rescatarlo en más partidos porque Marcos es un delantero distinto con una impronta  con gotas de genialidad. En la hora del adiós solo cabe agradecerle los cuatro años de fútbol que dejó en Tarragona y desearle suerte allá donde vaya. Marcos, el Nàstic siempre será tu casa.
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